Propuestas para el decrecimiento desde la actividad agropecuaria.
Daniel López García y Mireia Llorente Sánchez, Área de Agroecología y Soberanía Alimentaria, Ecologistas en Acción
La agroecología, junto con el concepto de soberanía alimentaria, constituyen un arsenal ideológico y práctico que permite cuestionar la insostenibilidad de la actividad agraria industrial. Pero, más que eso, ambos conceptos marcan una línea de trabajo hacia la sostenibilidad y el decrecimiento, en la medida que alientan el autoabastecimiento, respetan la biodiversidad o potencian los canales cortos de comercialización.
El crecimiento económico se ha querido vincular a una mayor justicia social y distribución de la riqueza, y se ha abanderado incluso en defensa del cumplimiento de los derechos humanos. Sin embargo, es claro que dicho crecimiento no ha tenido estas consecuencias positivas de forma generalizada, más bien al contrario. En particular, en el medio rural “el crecimiento económico ha traído como consecuencia una profunda transformación (entre otras) del campo y de las sociedades campesinas, de acuerdo a los lineamientos de los conceptos capitalistas sobre la tierra, la agricultura y la crianza de los animales” .
La industrialización de la actividad agraria ha sido impulsada por medio de la denominada Revolución Verde, caracterizada por un paquete tecnológico igual para todo el planeta, compuesto por pesticidas y fertilizantes químicos, semillas híbridas (y frecuentemente transgénicas), regadíos masivos, una fuerte mecanización y uso de combustibles fósiles. Desde mediados del siglo XX, la Revolución Verde prometió acabar con el hambre en el mundo, combinando la tecnologización de la producción agraria, su mercantilización y la globalización de los canales de comercialización agroalimentarios.
Sin embargo, tras más de medio siglo de implementación, hoy sabemos que la Revolución Verde no era lo que parecía: el número de personas hambrientas no para de crecer y millones de personas se ven obligadas cada año a emigrar a las ciudades de todo el planeta, ya que las tierras en las que habitaban hoy se destinan a la agroexportación, mientras los mercados locales quedan desabastecidos. A su vez, la Revolución Verde ha generado importantes problemas ambientales: deforestación y desertificación que han contribuido al cambio climático; contaminación y agotamiento de suelo y acuíferos; pérdida de biodiversidad cultivada; y lo que resulta más absurdo, la generalización de la alimentación basura.
Ante la actual crisis alimentaria y ecológica, los países ricos y los organismos internacionales vuelven a proponer como solución el aumento de la producción y el fomento del paquete tecnológico que incorpora las semillas transgénicas y garantiza a las mismas multinacionales un incremento del consumo de agroquímicos. Frente a esta propuesta, construida alrededor del concepto de seguridad alimentaria, la soberanía alimentaria se ha convertido en estandarte de diversas organizaciones y movimientos sociales como estrategia frente a la noción dominante de desarrollo. De este modo, se lanza el debate más allá de lo agropecuario, incorporando los aspectos culturales y, sobre todo, el cuestionamiento de la base misma del sistema capitalista. La soberanía alimentaria, en resumen, cuestiona el actual modelo agroalimentario y la pérdida de control de la población sobre el mismo, al tiempo que propone los canales cortos de comercialización y las producciones ecológicas como alternativas de sustentabilidad social y ecológica.
La agroecología: una propuesta hacia la sostenibilidad
En el Estado español, la agricultura ecológica cubre actualmente un 5% de la superficie cultivada, con crecimientos anuales que superan el 10%, y supone una alternativa importante para muchas pequeñas explotaciones agrarias. Sin embargo, lo que representaba de alternativa sociopolítica y de movimiento social, ha sido eclipsado por su exitosa irrupción en el gran mercado, manejado por las grandes superficies de distribución agroalimentaria que actualmente controlan el 65% de la comercialización, y la mayor parte a través de marcas blancas.
Ampliando la noción de agricultura ecológica, la agroecología se define como el “manejo ecológico de los recursos naturales a través de formas de acción social colectiva que presentan alternativas al actual modelo de manejo industrial de los recursos naturales mediante propuestas, surgidas de su potencial endógeno, que pretenden un desarrollo alternativo desde los ámbitos de la producción y la circulación alternativa de sus productos, intentando establecer formas de producción y consumo que contribuyan a encarar la crisis ecológica y social, y con ello a enfrentarse al neoliberalismo y a la globalización económica”. Esta definición ofrece varias claves de cara a construir modelos sociales que reduzcan el metabolismo social y sus impactos socioecológicos negativos. Claves que gravitan en torno a lo colectivo y lo local, y plantean alternativas a la lógica capitalista de la economía mercantil y el crecimiento ilimitado.
La agroecología se lleva a la práctica de muy diversas maneras, pero basadas en ella se encuentran nuevas formas de organización de los pequeños productores ecológicos con los numerosos grupos y cooperativas de consumo de todo el territorio. Estos grupos, si bien alcanzan una escasa importancia económica (unas 1.500 familias en Euskadi, 1.200 en Andalucía, 1.000 en Catalunya o en la Comunidad de Madrid), suponen un importante movimiento social por su amplia implantación territorial, su crecimiento constante y la diversidad de formas que adopta. Los colectivos más ideologizados (como aquellos incluidos dentro de lo que se ha llamado cooperativas agroecológicas, con referencia en el BAH! madrileño) y los más organizados están abriendo, a su vez, importantes espacios de encuentro, reflexión y acción política en aspectos como el consumo o el mercado agroalimentario –de lo local a lo global–, o en temas más concretos como el de las semillas o los transgénicos.
Los canales cortos de comercialización como propuesta de decrecimiento
Los mercados locales nos acercan hacia la relocalización de las economías y de los flujos de los medios de producción y los bienes de consumo, frente a la pérdida de control por parte de las comunidades locales que ha provocado la globalización agroalimentaria. Los beneficios ambientales asociados a la reducción de las distancias de transporte son directos: disminuir el consumo de petróleo, frenar la construcción de infraestructuras de transporte de alta capacidad, etc. También se hacen innecesarios los embalajes excesivos, que sólo encuentran su sentido al convertir en duradero y atractivo a un producto anónimo que se consume por igual en cualquier parte del planeta. Y de forma inversa, al reducir la escala del consumo, se hace posible el reaprovechamiento de los residuos y cerrar en mayor medida los ciclos ecológicos.
Por último, la eliminación de intermediarios en los circuitos económicos reduce ineficiencias en la distribución e incrementos innecesarios en los precios. La relación directa entre producción y consumo, dentro de una misma comunidad percibida mutuamente, nos protege de un sistema global de precios que oculta externalidades sociales y ecológicas de la circulación de las mercancías, y permite además el establecimiento de procesos sociales de valorización de los bienes y servicios, que recuperan así su valor de uso para una comunidad concreta.
Con el acortamiento de los canales comerciales se hacen innecesarios, además, ciertos servicios a la producción (marketing y publicidad, servicios a la distribución, logística y gestión de stocks, etc.), que en la práctica son la espina dorsal de la economía global, y que se llevan muy buena parte del precio final de los productos manufacturados, generando fugas de capitales desde lo local hacia la economía global.
En cualquier caso, a partir de un análisis de la economía desde la óptica del decrecimiento, la actividad agropecuaria aparece como una de las pocas actividades económicas imprescindibles para las sociedades humanas. Esta idea nos debe llevar a un análisis crítico de la estructura macroeconómica de nuestras sociedades, y en concreto del Estado español, en el que un 70% de la riqueza que se genera (medida a partir del PIB), proviene del sector servicios. Si tuviésemos que prescindir de algunas actividades económicas, porque no hay riqueza para pagarlas, sin duda todo este sector caería. Quizás debemos irnos preparando para posibles escenarios futuros en los que la escasez de petróleo, o directamente la escasez de dinero, nos obligue a cubrir nuestras necesidades por nosotros/as mismas (si es posible de forma comunitaria), cuando no podamos pagar los precios de la distribución comercial y los servicios al consumo. Y quizá no sea tan malo.
La crisis capitalista como tierra fértil para alternativas de sostenibilidad En cualquier caso, la crisis del sector de la construcción está haciendo que muchas personas del medio rural retomen la actividad agraria, aunque sea informalmente, ante la carencia de otras fuentes de ingreso. A su vez, cierto número de jóvenes (y no tan jóvenes) urbanos abandonan las ciudades para buscar formas de vida con menos gastos en el medio rural, ya sea porque allí es todo más barato, porque hay menor necesidad (y oferta) de consumo superfluo, o porque es más fácil cubrir ciertas necesidades (las alimentarias, por ejemplo, pero también otras más relacionadas con la sociabilidad) sin tener que recurrir al consumo, siendo posible la autoproducción. Los campos infrautilizados o abandonados se convierten, de repente, en una alternativa de subsistencia para aquellas personas que resultan excluidas del mercado en esta crisis.
Este proceso de recampesinización del que algunos/as hablan puede dejar de ser meramente marginal, y convertirse en un movimiento social de cambio en transición hacia modelos de sociedad más descentralizados y menos consumistas. El establecimiento de redes y alianzas entre movimientos sociales urbanos y pequeños agricultores/as ecológicos/as, neorrurales o no, puede facilitar, por un lado, la supervivencia de pequeñas experiencias productivas sostenibles. Y, por otro lado, una puerta abierta para conectar la ciudad con el campo, y permitir que más gente abandone un modo de vida, el urbano-industrial, profundamente insostenible.
Si bien las culturas rurales tradicionales han adolecido de profundos rasgos patriarcales y de injusticia social, que aún subsisten en gran medida, a la vez son portadoras de valores constituyentes de la sociedad que queremos, tales como el trabajo y la propiedad colectivas, el autoabastecimiento, la autonomía y la biodiversidad como estrategia para la seguridad y la estabilidad social y ecológica. En nuestras manos está la posibilidad de recuperar el conocimiento tradicional (el saber-hacer) para la sostenibilidad, antes de que las últimas generaciones de campesinos desaparezcan del territorio español; y con ellas las herramientas, las instituciones tradicionales comunales (que no públicas o estatales), las infraestructuras (acequias, molinos, caminos…), y las semillas y las razas ganaderas tradicionales asociadas.
Proyecto Ecoagroculturas El Proyecto de Fomento de la Agricultura Ecológica Ecoagroculturas (2009-2011) se está desarrollando en Extremadura, Castilla-La Mancha y Andalucía. Pretende mejorar la producción de las fincas ecológicas, facilitar la puesta en marcha de nuevas experiencias y favorecer la conversión al cultivo ecológico de fincas convencionales. Realiza una fuerte apuesta por los ciclos cortos de comercialización, y en este sentido dedica importantes recursos para el fomento del consumo de alimentos ecológicos, y para la conexión entre producción y consumo. Para lograr estos objetivos, se realizan acciones de sensibilización, formación y asesoría, tanto para la producción como para el consumo. Para
Extraído de la revista 'Ecologista' nº 64 Menos para vivir mejor
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